viernes, enero 12, 2007

Pasaje

-Esa es la tuya- dijo Miguel.
Había seis hombres alrededor, que, azuzados por la personalidad de Miguel, estaban esperando ver algo de acción justamente ahí en plena plaza principal.

La mulata y yo, en medio del círculo, evitábamos nuestras miradas. Ambos sabíamos el destino que nos esperaba, y procuraríamos posponer el hecho lo más posible. Por distintas razones, pero así era siempre en esos tiempos.

- No quiero hacerlo enfrente de ellos, se les va a antojar- contesté con la voz más firme que pude encontrar en mis pulmones desgastados. No sé si mi argumento convenció a Miguel o si notó mi preocupación, pero accedió.

Intenté tomarla del brazo, ayudarle a levantarse del suelo, pero rechazó mi brazo dolorosamente. No fue violenta al hacerlo, fue suplicante. Es claro que ella no entendía las consecuencias, o no lo hubiera hecho.
- Pos te la vas a tener que llevar arrastrando, tiene que aprender quién manda -, fueron las palabras de Miguel. Recuerdo que lo odié tanto, que arrastré a la mulata pensando que era él.
No estábamos en esas tierras para perder la "decencia", solo queríamos oro. Al menos así era el plan inicial. Ya estando ahí nos convertimos en salvajes...

Llegó a la choza con las rodillas sangrantes, y las pieles rasgadas a la altura de la espalda. No se quejó, eso no. Por momentos esta gente demostraba su orgullo, y ahora la mulata lo demostraba al no llorar. Contenía un dolor impresionante, pero estoy seguro que era más grande aún el sentimiento de impotencia y decepción.

Logré que se sentara al fondo de la choza, y salí un momento para decirle a Miguel y a sus hombres que esperaran en la caballeriza. Finalmente se largaron, y yo volvía la choza con la mulata de rodillas sangrantes...

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