lunes, enero 14, 2008

Quédate conmigo

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí. Yacía ahí, en la cama, sin darse cuenta aún de lo que le había sucedido. Su aspecto era tan grotesco que Ana se suicidaría en el momento que se viera en el espejo. Claro, si sus cortas extremidades lograran tomar una pistola. Entretanto, yo me encontraba tratando de recordar lo que había pasado en las 2 horas anteriores. No podía.

Todavía no estaba completamente seguro de estar despierto, contemplando tan tranquilo a Ana. Al parecer, nuestros padres habían estado discutiendo toda la noche en la cocina sobre problemas económicos, mientras dormíamos. Sin embargo no dormimos, hablamos. Hablamos de papá, tan acabado, tan inconstante, tan triste.
–Váyanse a la cama- nos dijeron.
–Pero si apenas nos acabamos de sentar a la mesa!- respondimos casi al unísono. No necesitaron decir nada más, sus miradas nos convencieron de que nos saliéramos de la cocina para que pudiesen hablar. Lo que hablaron no lo escuché, pero no importa, porque ya sé que riñeron, y ese es el punto. Después de todo, tenemos una buena familia, el despido de mi papá solo es una mala noticia que vino como la gota que derramó el vaso.

Me empezó a dar dolor de estómago, casi siempre cuando me da este dolor es porque voy a llorar, pero no lloré. Al contrario, me levanté a dar unos pasos para calmar el dolor. Miré al dinosaurio. Mis ganas de llorar se convirtieron en odio hacia mi hermana. No la entiendo, sencillamente no me cabe en la cabeza lo que hizo. Sin embargo también el odio me lo guardé, después de todo era mi hermana mayor. Me senté junto a la ventana, todavía no había luz en las calles. La señora de la panadería de enfrente estaba peleándose con el candado de la puerta, que debería estar rigurosamente abierta para esas horas. Había junto a ella tres hombres, que todavía no se cambiaban la ropa de dormir, esperando a que la señora le vendiera unas piezas de pan caliente y leche. Me les quedé viendo largo rato, formaban una escena muy particular, el comienzo de un día normal, con preciosos detalles como pan caliente para desayunar.

Cuando acabé mis reflexiones sobre los madrugadores amantes del pan, me di cuenta que estaba llorando. No chillaba, sólo soltaba lágrimas silenciosas, grandes gotas que me rozaban apenas las mejillas. Me gusta llorar, es como la liberación en su máxima expresión. Este llanto significaca el fin de mi infancia, y lo supe en ese momento. Me limpié las lágrimas con la manga de la pijama, y me sentí confundido por no saber si había aprovechado al máximo esa época.

Volví a mirar al dinosaurio, ahora estaba más grande, ya casi no cabía en el catre, su cuerpo se desbordaba y las sábanas ya no alcanzaban a cubrir todo el cuerpo. Me acerqué para tratar de taparle los pies, pero no pude. Ahora noté que su piel tomaba un color rojizo, como de oxidación, como la piel de las serpientes venenosas del zoológico. Me alejé nuevamente, ya repuesto del llanto, y al poco rato el enorme dinosaurio empezó a roncar, primero silencioso, tranquilo, pero después más fuerte, y más fuerte, como si quisiera que sus ronquidos se escucharan en todas partes. A medida de que sus ronquidos crecieron, mi enojo y exasperación también creció, me sentí incómodo y a la vez impotente ante la situación.
–¡Porqué tenías que acabar con todo!?- grité sin ser escuchado.
–¡Porque, teniendo la vida por delante, nos vienes a todos con estas noticias!?- grité de nuevo más fuerte. Me hubiera gustado que me escuchara esta vez, y algo así sucedió.
–No puedes comprender Tomás, ni ahora ni nunca- dijo ella como saliendo del sueño, - no seas malo y ayúdame a empacar, ándale-. Regresé a la realidad. Ahora no pude contener el llanto, los chillidos y el correr a abrazar a Ana.
– No te vayas porfavor, ¡porfavor no te vayas Anita!, no nos dejes, mira si quieres yo convenzo a mi papá de que te deje quedar un poco más, pero porfavor ¡no te vayas!. Sentí sus lágrimas cayendo en mi cabeza, como cuchillos, como cuchillos muy afilados que cortaban nuestros lazos.
– No es necesario, la decisión no es nuestra. No voy a ir muy lejos, te lo prometo. Te quiero mucho hermanito, mi hijo se llamará Tomás-.