jueves, mayo 25, 2006

El México que nadie conoce

Hay ciento cinco millones de mexicanos que habitan en nuestro territorio, y varios millones más en el país vecino. De esos millones, menos del diez por ciento tienen una educación superior, universitaria. Menos del tres por ciento tiene más estudios, y para terminar con esta perorata estadística, casi nadie tiene el acervo cultural y el conocimiento de autores como Carlos Monsiváis u Octavio Paz.

Realmente son una minoría insignificante (demográficamente hablando), aquellos que, montados en una montaña de libros, pueden hablar sobre “México”. ¿Cómo aportar algo a las visiones de estas personas, sin las armas legitimadoras de la intelectualidad y la palabra? Son pocos los que desafían, y menos a los que les interesa modificar el discurso intelectual de nuestro país.

Nos limitamos a leer a estas personas y a comentarlas en nuestros círculos de confianza, tal vez en esos círculos sí se hagan aportaciones serias a las visiones de Paz o Monsiváis, pero esto no modifica nada. Nosotros (estudiantes universitarios, trabajadores, obreros, jardineros o nadadores olímpicos) no conocemos al México del que nos hablan estos autores. Nos esforzamos, día con día tratamos de ver al país con ojos de comprensión, de análisis, pero simplemente no llegamos, o no creemos llegar a una verdad directa sobre la sociedad que habitamos.

Hay severos obstáculos que nos alejan de comprender y de interiorizar las ideas de los grandes intelectuales de México. El más evidente es el lenguaje. A pesar de que ellos saben el nivel educativo del mexicano promedio, no dejan de usar palabras inalcanzables y metáforas originales. No pueden dejar de demostrarnos que dominan la palabra, que no hay estilo que escape a su entendimiento. Estamos de acuerdo que no son especialistas en la comunicación masiva, pero por sentido común podrían hacer de sus ideas algo más digerible, más leve. Si están hablando a México, porqué escriben:

“En la práctica narrativa, el Pueblo es aquello que no puede evitar serlo, la suma de multitudes sin futuro concebible, el acervo de sentimentalismo, indefensión esencial y candor que hace las veces de sentido de la Historia y del arte. El nacionalismo es el patrimonio ideológico y el repertorio de vítores y maldiciones de los pobres, su contacto más entrañable con la nación.” (Monsiváis, p. 19)

Cada conjunto de seis palabras o menos, solo puede compararse con un problema algebraico grado alto. Si el programa con más rating de la televisión mexicana es “La Academia”, ¿cómo llegar al mexicano con un párrafo tan exquisitamente indescifrable?

Probablemente la respuesta sea que no quieren llegar a todos los mexicanos con lo que escriben. Tal vez tengan a su público muy bien ubicado y saben la forma de hablar con ellos, o escriben para sí mismos. De cualquier forma no es justo, es un derroche de inteligencia que podría tener mejores resultados si se orientara verbalmente a un público más amplio.

Un segundo obstáculo, presente en el abanico de ensayistas mexicanos, es el de la función del escritor. Este obstáculo se complementa con el primero, ya que a base del lenguaje el escritor se aleja de la sociedad, se concibe a sí mismo como observador, como analista y como fuente de crítica social. En palabras de Octavio Paz:

“Como escritor mi deber es preservar mi marginalidad frente al Estado, los partidos, las ideologías y la sociedad misma”. (Paz, p. 549)

Se agradecen mucho sus conocimientos, su marginalidad ante las instituciones de las que escribe, pero permítanos juzgar su posición de cómoda, señores ensayistas. Ya no vivimos en una era de represión, ya la persecución de intelectuales en México ha cesado, y la sociedad necesita que metamos las manos al fuego. Al menos eso es lo que percibimos en el ambiente, en nuestras casas, en nuestras noticias. Tal vez sea pedir demasiado, pero es necesario que el ensayista tome partido, haga apariciones, se afilie a instituciones sociales, etcétera. La antigua postura de “marginalidad” se ha vuelto obsoleta. Otro pensamiento de Octavio Paz dice así:

“El político representa a una clase, un partido o una nación; el escritor no representa a nadie. La voz del político surge de un acuerdo tácito o explícito ante sus representados; la voz del escritor nace de un desacuerdo con el mundo o consigo mismo”. (Paz, p. 550)

Casi nos podemos imaginar al ensayista encerrado en su casa, escribiendo desde la comodidad de su trinchera, con un sentimiento de desacuerdo pero sin ir a la fuente de éste. Ya no vemos el heroísmo de esto como lo veíamos en Rosseau o Montesquieu, que tenían de quién esconderse.

Un tercer obstáculo, y uno más complejo aún, es el papel que ejerce la literatura en el México actual. Y contextualizar este término significa recapitular el impacto de los medios de comunicación, de los fenómenos de globalización, del flujo intenso de información, y la vida política del país. Cuando Octavio Paz recibió el premio Alfonso Reyes, mencionó el término de la República de las Letras, que es todo lo que se escribe en México. Esto fue lo que dijo.

“La República de Letras reside en el territorio de la República de México. A veces es más grande que el país que la contiene, otras se reduce hasta convertirse en un pequeño hormiguero urbano.” (Paz, p. 555)

Qué razón tuvo. La literatura mexicana pierde terreno día con día ante medios más amigables, menos exclusivos, hasta tomar un tamaño ínfimo, muy desaforado de la atención pública. Y este fenómeno es una responsabilidad compartida, no es solamente culpa del mexicano por no leer, sino también del escritor por desacreditar a sus posibles lectores. La necesidad del país por su literatura es innegable, pero no eterna. En el mismo discurso del premio Alfonso Reyes, Paz también dirigió estas bellas palabras:

“Si el escritor dice su verdad, sus lectores encontrarán que esa verdad les pertenece también a ellos. En la palabra individual del escritor se oye, en sus momentos más intensos, la palabra del mundo”. (Paz, p. 557)

Son bellas palabras pero no del todo ciertas. La verdad del escritor será inteligible si y sólo si, se toma en cuenta el contexto del lector. No es fácil, pero hay que encontrar la manera de conciliar el grado de ignorancia del que lee y la inspiración del que escribe. Personas como las que escribimos este ensayo no son las que entregan premios literarios, ni los que juzgan lo que es verdad de lo que no. Somos personas que defienden el derecho de todos los mexicanos de acercarse a los productores del conocimiento, a los que dedican sus vidas a mejorar las condiciones en las que vivimos.

Big M.